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Última entrada: Despedida 4 de junio

En esta última entrada del diario me gustaría repasar mis prácticas en el Institut La Sagrera Sant Andreu. He tenido la oportunidad de vivir de cerca la realidad que atraviesa el centro, especialmente en lo que respecta a la diversidad del alumnado y las dificultades que genera la falta de continuidad en el profesorado debido a bajas o cambios constantes. He observado cómo esta inestabilidad crea un clima escolar desafiante e inconstante, donde los vínculos entre el profesorado y el alumnado se vuelven frágiles y poco duraderos y por lo tanto el seguimiento educativo es inestable Esta fragilidad repercute de manera directa en la inclusión y en el sentido de pertenencia que el alumnado puede desarrollar hacia su centro educativo. Me ha impactado ver cómo aunque existen figuras estables que conocen y acompañan al alumnado, como el equipo de orientación, el instituto no siempre sea un ambiente seguro y acogedor para todo el alumnado. Además, me he dado cuenta de que las políticas educativas vigentes, que equiparan la transmisión curricular con el desarrollo socioemocional, limitan la posibilidad real de abordar estas problemáticas desde una perspectiva integral y con la profundidad necesaria. Por eso, creo firmemente que para mejorar la calidad de vida de las personas con las que trabajamos, es esencial impulsar políticas que fomenten la estabilidad del profesorado, que promuevan la formación continua en competencias socioemocionales y, además, que favorezcan espacios donde docentes, alumnado y familias puedan trabajar juntos, reflexionar y construir comunidad.

En relación con el trabajo en equipo multidisciplinar, he experimentado tanto los beneficios como las dificultades que este tipo de colaboración conlleva. Al inicio de mis prácticas, me sentí algo fuera de lugar y me costó integrarme plenamente, ya que desconocía muchos aspectos del alumnado y las dinámicas internas del centro. Esta falta de conocimiento hacía que la coordinación fuera demasiado protocolaria para mí y que la comunicación entre profesionales no fluyera como yo creía que debería de ser. Sin embargo, con el paso del tiempo, he podido encontrar mi propio espacio y descubrir que mi formación psicopedagógica y mi bagaje personal aporta un valor importante al equipo, especialmente como cuando diseñé la intervención ideada para favorecer la inclusión y mejorar la convivencia. He comprobado que el equipo realmente se fortalece cuando conseguimos establecer canales de comunicación claros y un trabajo conjunto constante. Estoy convencido/a de que para optimizar los resultados de cualquier proyecto o intervención, es fundamental reforzar la coordinación y la implicación de todos los profesionales implicados, pero sobre todo de los tutores y referentes estables que acompañan al alumnado día a día.

La perspectiva psicopedagógica ha sido para mí un pilar importante a lo largo de estas prácticas. He podido aportar al centro dinámicas inclusivas basadas en el juego y en la reflexión grupal, enfocadas en fortalecer los vínculos afectivos entre el alumnado y en promover su autoconocimiento. Estas actividades no solo fomentan la empatía y la cooperación, sino que también ayudan a crear un ambiente más cálido, seguro y acogedor. Considero que esta mirada, centrada en el bienestar emocional y las relaciones interpersonales, complementa de manera muy valiosa la labor del profesorado. Las intervenciones que mejor se ajustan a las necesidades detectadas son aquellas que fomentan la cohesión y la empatía, que se adaptan a las características y al nivel de confianza de cada grupo, y que tienen la flexibilidad suficiente para responder de manera adecuada al clima del aula en cada momento concreto.

En cuanto a mi relación con las personas beneficiarias de la intervención, todavía está en proceso de construcción, incluso ahora que ya han finalizado las prácticas. Al principio, sentí que mi presencia era percibida como algo externo, distante, y que costaba generar un vínculo auténtico, no era un profe que daba clase ni un alumno. Sin embargo, poco a poco, gracias a la implicación activa del alumnado en las actividades significativas y a la colaboración con el docente que lidera cada sesión, he ido logrando que los chicos y chicas se abran más y participen con interés. Entiendo que la participación y la relación del alumnado con la institución dependen en gran medida de la estabilidad y el apoyo que reciben del equipo docente, por lo que es clave promover un entorno donde se sientan valorados, escuchados integrados y reconocidos como personas únicas.

Durante todo este proceso, he podido identificar tanto mis límites como mis potencialidades personales. Me he enfrentado a retos como el manejo del ruido de los estudiantes y la gestión del clima grupal, y a la dificultad que supone conocer de forma superficial a un grupo al que apenas he tenido tiempo para acercarme. No obstante, también he descubierto habilidades comunicativas, una mayor empatía y una flexibilidad metodológica que me han permitido adaptarme y aprender en el momento. Además, el ejercicio constante de reflexión y autocrítica me ha ayudado a mejorar la calidad de mis intervenciones y a relacionar directamente lo aprendido en el Máster con la práctica real, especialmente en aspectos como la gestión emocional y la atención a la diversidad.

Estas prácticas han sido una primera experiencia muy valiosa para comprender la complejidad del trabajo psicopedagógico en un contexto real, y para reafirmar mi compromiso con una educación inclusiva, colaborativa y centrada en el bienestar integral de todas las personas involucradas.

Víctor

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